Te vi entrar por la puerta principal de la cafetería y sonreí, me levanté de la silla e inmediatamente levanté mis brazos para abrazarte y saludarte con un beso en la mejilla. Te pregunté cómo habías estado y con una respuesta usual y automática dijiste – bien -. Te sentaste y pediste tu café favorito, me miraste con ojos de ternura, como en esas veces que no puedes evitar que se salgan los sentimientos por las miradas, y me sentí tranquila, supe que estabas bien y que no necesitabas nada más en la vida más que estar ahí conmigo. No hacía falta decir más palabras pero aun así me preguntaste como estaba yo, te mencioné que había tenido un día pesado pero se acaba de poner interesante porque estaba contigo, pero antes de que terminara de decir mi oración, tú ya estabas sonriendo porque sabías que mi tono era sarcástico, siempre y cuando expresara lo que de verdad sentía por ti.
Cuando tu café llegó, lo pusiste en una de las orillas de la mesa y con una mano tomaste la mía; para entonces ya me había acostumbrado a sentirte cerca; lo suficiente como para disimular cuando mis manos temblaban. Con la otra mano fuiste hasta dentro de tu saco a buscar algo, y tengo que aceptar que quede en shock cuando vi lo que era; una pequeña caja negra con forma de cubo cubierta con terciopelo; era obvio que dentro había un anillo, lo pusiste sobre la mesa pero no lo soltaste, no lo separaste de ti. Y como ser humano débil que soy, lo primero que hice fue desbordarme de la emoción por dentro, no podía quitar la mirada de la caja, y solté tu mano porque no quería que te dieras cuenta de que mis manos habían empezado a sudar.
Por todo lo que había estado pasando entre nosotros tuve que preguntar sarcásticamente como esperando una respuesta negativa, pero muriéndome de las ganas por una respuesta positiva; ¿es para mí? Moviste la cabeza para decir que no; ese fue uno de esos momentos en lo que te pasan mil cosas por la cabeza; pensé que tal vez estabas, el sarcasmo entre nosotros era algo común, o tal vez solo querías mi aprobación porque le darías ese anillo a tu actual pareja; o tal vez ni siquiera era un anillo, pero nada me preparó para lo que dirías así que decidí mantenerme tranquila y esperar a que explicaras la presencia de esa cajita en la mesa.
No dejaste de jugar con ella, supongo que también era por los nervios. Después de los segundos más largos que he vivido empezaste a hablar; al mismo tiempo que comenzaste a explicar, abriste la caja y pude ver un hermoso anillo de compromiso. Me explicaste que ya tenías un buen tiempo pensando en pedirle a tu novia formalizar su relación casándose, que la verdad era una persona muy especial y que no querías perderla por nada del mundo, tenía muchas cualidades y aparte, lo que hacía su relación más fácil eran todas esas cosas que tenían en común, tu familia la adoraba y tú ya te habías echado a tus suegros al bolsillo, el destino parecía decir que con ella pasarías tu vida, tendrías hijos, un hogar y serías feliz, por eso habías comprado el anillo, para dedicarle tu vida a ella.
Pero de repente aparecí yo, me dijiste que cuando me conociste sentiste que teníamos una conexión, como si nos hubiéramos conocido en una vida pasada o algo así, había días que no podías dejar de pensar en mí, y en qué estaría haciendo en ese momento, te preguntabas todo el día a ti mismo qué es lo que yo sentiría por ti, dijiste que había veces en las que repasabas fantasías conmigo, me dijiste que para resumir, estabas empezando a sentir cosas que nunca habías sentido, en algún punto de tu explicación hasta me reclamaste en tono sarcástico que quien era yo para venir y hacer dudar a tu destino. No supe qué contestarte, así que cuando terminaste nos quedamos callados mirándonos a los ojos, diciéndonos y confirmándonos que los dos estábamos sintiendo las mismas cosas.
Durante toda esa plática nunca soltaste mi mano, nos quedamos ahí un rato solamente mirándonos, sintiéndonos, conectándonos, amándonos, cosas que seguimos haciendo hasta el día de hoy… pero cada quien por su lado.